El éxito de la victoria del presidente Andrés Manuel se debe, en gran medida, a un solo eje: el cambio del discurso político del país.
Por Iván Estrada
Andrés es un animal político, pero es también un estratega de comunicación que logró un cambio radical en la manera de entender la política en México; su éxito es tal, que la agenda de comunicación gira alrededor de sus palabras, de sus cuestionamientos y ―¿por qué no decirlo?― de sus ocurrencias.
Después de dos procesos electorales perdidos, el presidente realizó una estrategia de comunicación brillante con base en el populismo entendido no como una ideología política, sino como un populismo estudiado, estructurado; un populismo de academia.
El presidente y su equipo de comunicación trabajaron el populismo como una «estrategia discursiva» de construcción política, en donde se cuestiona el status quo e incita a los ciudadanos a un cambio, éste se hace a través de la resignificación de las palabras y sobre todo con base en implementar un línea divisoria, un frente de batalla entre aquellos que se benefician de lo establecido y quienes pueden hacer el cambio, una invitación a hacer política cuestionando todo.
En este nuevo frente el presidente colocó la resignificación de dos conceptos: «pueblo» y «mafia»; por un lado está el pueblo bueno y sabio al que invita a cuestionar los fracasos y la forma en cómo se han venido haciendo las cosas, por otro lado está «la oligarquía» o en su tropicalización: «la mafia del poder».
El éxito en la construcción del populismo en México fue en la campaña de 2018, en donde los temas se centraron justo en la agenda mediática construida por el candidato de Morena. Los temas fueron: desigualdad económica, pobreza, falta de oportunidades, influyentismo, corrupción, y sobre todo el fracaso del modelo neoliberal encabezado por los gobiernos panista y el de Peña Nieto; por primera vez se habló de que no importaba que la economía fuera bien o mal si la mayoría no notaba los beneficios; con su lema: «primero los pobres», el equipo de comunicación de Andrés abrió el frente populista.
El presidente y su equipo lograron un cambio radical en el discurso político mexicano, lograron uno más humano, empático, digerible, sencillo, con cuestionamientos que los ciudadanos de todos los estratos sociales podían entender. El éxito fue tal que la participación en las elecciones de 2018 fue histórica, con un triunfo apabullante no sólo en los votos para la elección presidencial, sino de todo el movimiento encabezado por Andrés a través de su partido.
Sin embargo, todas las acciones que devienen de promesas no son tan fáciles de llevar a cabo. Con tantas promesas por cumplir era evidente que las expectativas serían altas.
A la fecha, los desaciertos en la administración del presidente Andrés se han centrado en dos grandes rubros: seguridad y economía.
En lo que va de su gestión, la violencia no ha cesado, de hecho existe un registro de más de 30 mil muertes, lo que contradice su promesa de reducir los índices de violencia en seis meses (fecha para la que ya pidió prórroga de un año), a este dato se suman los descalabros del operativo fallido en la detención de Ovidio Guzmán el pasado 17 de octubre, así como el caso de los nueve miembros de la familia LeBarón y Langford, asesinados en Sonora por un grupo fuertemente armado; al panorama de inseguridad se suman además las crisis en ambas fronteras y que decantan en el populismo de Trump, en donde la frontera populista no fue marcada entre la oligarquía y el pueblo, sino entre el pueblo y los migrantes.
Respecto a la economía, el presidente se comprometió a generar un crecimiento económico anual del 4 % en promedio, sin embargo, el INEGI ha reportado que por primera vez en una década la contracción del PIB es del 0.1 %.
Por supuesto que ha habido aciertos en la administración del presidente Andrés como la reforma laboral que sentó las bases para la democratización de los sindicatos, el aumento del salario mínimo en un 16 % en todo el país o las reformas fiscales y de presupuesto que han permitido tener bajo control los famosos «moches», pero seamos claros, aún estamos lejos de la visión de país que nos prometieron en campaña. La pregunta es: ¿por qué el presidente Andrés sigue conservando un índice de aprobación de más del 70 %?
Desde su jefatura de gobierno en la Ciudad de México, López Obrador ha seguido una estrategia clara de comunicación en conferencias de prensa matutinas, una jugada brillante para estar un paso adelante del medio y que permite posicionar temas que estarán en la agenda mediática todo el día.
Para Francisco Abundis, director de Parametría, la comunicación del presidente, que es proporcional a su nivel de aprobación, se centra en la transmisión al ciudadano de que «se hace mucho», como lo menciona en su columna de diario Milenio:
«Respecto al acto como tal (la mañanera), la mayoría de las personas apoya estas conferencias. Al plantear un dilema con los argumentos que se han vertido a favor y contra, encontramos que ocho de cada 10 personas (76%) están a favor de que se dé a conocer por ese medio la situación del país y las acciones de su gobierno».
La estrategia de comunicación de las mañaneras, aunado al eje discursivo populista de un frente entre el pueblo, que él encabeza, en contra de una oligarquía que representa la «mafia del poder», han permitido que el presidente pueda salir bien librado de casi cualquier cuestionamiento o error en su administración, el caso más reciente ha sido la propuesta de rifa del avión presidencial a través de la lotería nacional, a cualquier otro mandatario un acto así le habría valido un escarmiento público, pero al presidente Andrés la jugada parece surtir efecto al mover la agenda a un tema tan trivial justo en una crisis de credibilidad de su ambicioso proyecto de salud pública, en donde la falta de reglas de operación, así como como de medicamentos en tratamientos tan delicados como el cáncer han traído lo que algunos consideran el peor error en política pública en la reciente administración.
Hay quienes llaman a estas acciones cortinas de humo, podrían ser, pero las razones son más estratégicas que reaccionarias, siguen siendo parte del mismo discurso populista en la que se refuerza la frontera entre el pueblo y la mafia, lo que le permite seguir culpando a administraciones pasadas y sobre todo tener el respaldo social.
La política de comunicación del presidente es, desde mi punto de vista, excelsa, cumple con todos los parámetros: estrategia discursiva populista, control de la agenda, manejo de crisis, contención, distractores y demás elementos dignos de cualquier premio de comunicación política, pero es el punto medular, cuando eres jefe de estado y tus decisiones y omisiones afectan a más de 126 millones de personas, no puedes basar toda tu estrategia en la comunicación, al final del día, no serás recordado por lo que prometes, sino por lo que haces, legado le dicen.