Orgía deportiva
Por Gustavo C.
Hace unos días se dio una contratación que resonó en el futbol mexicano. Oribe Peralta pasó del América al Guadalajara. Si bien la noticia no fue novedosa porque era inminente la salida del delantero del club capitalino, sí que era llamativo que su destino fuera el enemigo mayor. La resonancia en quien esto escribe tras la confirmación del hecho fue dual. Por un lado pesó y por el otro alivianó. Sí, la partida de Oribe es desgracia y es aliento.
El sentimiento no sabe de razones
Incredulidad fue lo primero que vino a mi cabeza cuando oí entre tumultos en el metro que Oribe había pasado al Guadalajara. Unos minutos después revisé cierta red social y la primera noticia que apareció fue el traspaso del apodado Hermoso al Chivas. Seguro es una fake new, pensé de primera. Ahora entiendo que la negación era la que no me dejaba creer.
Oribe pasó cinco años en América. No hubo un solo partido de los 216 que jugó con la playera amarilla que no fuera un ejemplo de entrega: no paraba de correr como si tuviera veintitantos años y no arriba de 30. El coahuilense desquitó hasta el último peso de lo que se le pagó a Santos por él en 2014 y de todas sus quincenas mientras estuvo en Coapa. Incluso, pudo haber cobrado horas extra sin problema.
Es por esto que dolerá un poco verlo de rojiblanco desde el próximo torneo. Porque un tipo que dejó el cuerpo sin reparo por el escudo con la masa continental americana ahora hará lo mismo con la insignia que contiene el escudo de armas de la Perla tapatía. Dolerá cada que anote un gol y lo celebre.
El romanticismo en este deporte es tan obsoleto y poco común que incluso la baja de Oribe duele. Porque Peralta no surgió como futbolista profesional en Coapa. Y aun así duele. Porque Peralta en ningún momento se asumió como americanista. Y aun así duele. Él siempre se ha declarado aficionado de Santos y se le agradece la sinceridad. Pero a pesar de todo esto, que un jugador con ese compromiso se vaya y lo haga al némesis deportivo, es una baja sensible.
La razón sí sabe de sentimientos
Del otro lado de la acera, la óptica luce prometedora. Hacía dos décadas que un jugador no pasaba directamente del América al Guadalajara y 19 años que no pasaba a la inversa. Este tipo de sucesos son los que alimentan una rivalidad. El clásico nacional necesitaba de un ingrediente de esta índole. A partir del siguiente América-Chivas habrá otro tema por el cual discernir.
El nuevo aderezo es tentador. Por un lado los «dejados» le pitarán y recriminarán a Oribe su partida y por el otro los que lo acaban de «adoptar» le celebrarán todo y seguirán presumiendo que le sienta mejor vestirse de rojiblanco. Hoy en día los traspasos de jugadores ya no son vistos como una traición o algo parecido, simplemente se han convertido en una parte más del negocio en torno al futbol.
Es por eso que este movimiento es uno más, sobre todo si consideramos la carta que publicó Oribe para despedirse del cuadro capitalino, en la que deja clara su postura. El delantero de 35 años volvió a manifestar su transparencia y aseveró que como profesional el único amor que tiene es por el deporte como tal y no por una playera o equipo en particular. Su idilio es con «el juego» y nada más.
Habrá quien discierna de su postura, pero es evidente que se trata de un tipo honesto que en el plano deportivo es de una pieza. El paso de Oribe de águila a chiva nos deja ganadores a todos. Ganan ambas aficiones, la rivalidad y hasta aquellos que disfrutan de este deporte.
Más allá del cambio de equipo ―que puede agradar o no― se debe celebrar a jugadores como Oribe, porque en momentos como el actual muchos jugadores no están comprometidos ni enamorados de su profesión. Por otro lado, los aficionados nos resignamos cada vez más a quedarnos sin esos futbolistas que eran fieles por convicción a nuestro club, ahora tendremos que ceñirnos a seguir el escudo y la playera de nuestro equipo sin mirar los nombres en el dorsal.